Nada más sonar el despertador y estirar el brazo para apagarlo lo veo, es una mancha oscura sobre la piel. Luego dos, tres acaso. Son como pequeños bultos vaporosos. Enciendo la lamparita del cuarto. Son como copitos de algodón negros. Levanto la tapa, están por todo el cuerpo. Subo la persiana. No duelen, sin embargo, estas mínimas protuberancia etéreas, de límites confusos. Con brillo betunado. Están pegadas a la piel, estiro una y se va deshilando, como un cachito de oscuridad que me fuera quitando. Luego otra, y otra, con gesto febril. Como trocitos de noche. Y otra. Como angustias.