El descarado sol de la mañana ilumina las azoteas como el foco de un teatro que apunta hacia los rieles por donde asciende el decorado y deja al protagonista en la sombra. En la acera por donde camino el cielo despejado es, de momento, una promesa dudosa. Paso frente a una bicicleta caída, unas cuantas mondaduras de fruta pisoteadas, un mínimo cauce junto al bordillo de agua oscura vertida tras fregar algún portal. Son las cosas que ocurren sin que nadie las mire. O se miran sólo después de haber encarado la platea con el foco clavado en los ojos.